El ángel de lo bello
"Avec lâge lart et la vie ne font quun."
Georges Braque.
Lo verdadero, lo bueno, lo bello.
El Cardenal Danneels, arzobispo de Bruselas, durante un congreso de artistas, dijo textualmente estas palabras: "Me pregunto si lo Bello no será el camino por excelencia para encontrar a Dios. Dios, evidentemente, es verdadero, bueno y es bello.
Incluso siendo Dios verdadero, no creo que nuestros contemporáneos entren fácilmente por este camino. Estamos muy poco interesados por lo verdadero. La pregunta sobre Dios, por lo tanto, es importantísima, decisiva para la Humanidad y para su desarrollo.
La puerta de la verdad se abre a veces difícilmente, porque nuestros contemporáneos tienen un sentido innato del escepticismo. ¿Qué es la verdad? Todos somos pequeños Pilato que se preguntan esto. La verdad no interesa; en primer lugar, es inaccesible, y cuando alguno la encuentra es sospechoso de ser pretencioso y arrogante.
Llegar a Dios por la puerta de lo bueno y del bien es hoy más difícil. Sí, Dios es bueno, es más, demasiado bueno para mí. No soy capaz de hacer el bien, y la ética es una puerta difícil para tener acceso a Dios en nuestros días. Estamos profundamente convencidos por la experiencia, y también un poco por el miedo, de que somos incapaces de vivir éticamente, moralmente. Un Dios perfecto nos asusta y un Dios verdadero nos sobrepasa.
Pero, si entramos por la puerta de lo Bello, toda resistencia cae. Probad con los jóvenes. Habladles de Dios en cuanto fuente de verdad, de la gran verdad: todos se duermen. Hablad de Dios como ejemplo de moralidad: todos se ponen de mal humor. Pero mostradles que Dios es bello en su Biblia, en su creación, en el hombre, en la pareja, en Jesús, en las obras de arte, en la historia del arte, en los iconos, en el arte del Renacimiento, en las pequeñas iglesias románicas, mostradles lo bello de Dios diciéndoles que Él es la belleza misma; no digo que se convertirán todos, pero al menos, no habrá oposición."
En una sucesiva conversación con el cardenal, éste se lamentaba de que la Iglesia no estuviera preparada para mostrar la Belleza de Dios, los sacerdotes no reciben ninguna formación estética en los seminarios, casi ningún teólogo se interesa en Dios como Belleza. Añadía que los misterios más sagrados de nuestra religión estaban rodeados de fealdad más que de belleza. Liturgia, cantos, objetos de culto, paramentos, en vez de testimoniar la belleza de Dios y atraer a los hombres de hoy, los alejan de Él.
En los primeros años de la década de los sesenta, todavía joven estudiante de arquitectura, tras visitar una exposición prestigiosa en el Palais de Chaillot en París "El salón del arte sacro", escribí en mi cuaderno de notas estas líneas, un poco pesimistas, pero que no han perdido nada de su actualidad:
" ¿Por qué las iglesias tienen que ser tan feas, los practicantes tan tristes, y las mujeres piadosas tan mal vestidas? ¿Por qué sacro es, tan a menudo, sinónimo de melindroso? Armonía, armonía, ¡cuántas fealdades se cometen en tu nombre! Lo melindre se confunde con la dulzura, la banalidad con la medida, la simetría con la composición, el énfasis con la dignidad, la rigidez con el orden, la inflexibilidad con la nobleza, el aburrimiento con la simplicidad".
Sufro por no encontrar belleza donde más la espero. Confieso que cuando entro en una iglesia, no puedo evitar reestructurarla mentalmente para hacerla más habitable, más digna, más adaptada a nuestro tiempo. Una iglesia no es el museo de obras de arte muertas, sino una casa de vivos.
Kosovo.
En cambio encuentro la belleza donde nunca lo habría pensado. El año pasado fui invitado a Alemania para hablar de la belleza durante una semana de encuentros con los jóvenes. Cada día tenía una temática de orden espiritual apoyada por testimonios de los mismos jóvenes.
Aquel día estaba consagrado a Jesús Abandonado, al misterio del sufrimiento, y dos chicos albaneses daban su testimonio, aun fresco, de la acogida de los refugiados kosovares.
Siguiendo con los jóvenes este programa tan comprometido, me nacía una profunda perplejidad. ¿Cómo podía hablar de arte y de belleza, es decir, de cosas "fútiles", en un contexto tan serio? Me parecía algo fuera de tono.
Después, volviendo a pensar en los chicos albaneses, recobré la seguridad. Su testimonio había sido fuerte, conmovedor, arrollador, de algún modo violento. Contestaban con lucidez y precisión a las ayudas internacionales tiradas desde los aviones sobre las personas, sin respeto, deshumanizadas. Su experiencia había sido muy distinta, hecha de acogida respetuosa, sonriente, festiva. La respuesta de los kosovares también había sido festiva.
La fiesta pertenece al registro de lo bello, no al de lo bueno. Lo bello es lo inútil indispensable para sentirse seres humanos. Toda la experiencia que antes parecía tan social, tan ética, me parecía ahora típicamente estética. Testimoniaba ese amor que más que querer lo bueno, quiere lo bello.
Estos chicos, sin saberlo, habían sido ángeles de lo bello.
El Ángel de lo Bello.
Yo creo que el Ángel de lo Bello es San Miguel; Michel, Miguel, quiere decir "¿Quién como Dios?". En las tradiciones hebrea, musulmana, cristiana, se cree que este nombre significa que Miguel es el jefe de los ángeles buenos, fieles a Dios, mientras otros, capitaneados por Lucifer, y vencidos por Miguel, caen en el infierno. "¿Quién como Dios?" sería su identidad, su misión.
Lucifer.
"¿Quién como Dios?", me gusta pensar que es la belleza de Dios lo que afirma Miguel en su como. El argumento es débil, lo sé, no pretendo demostrar nada, sólo comunicar una intuición. De todos modos, el Adversario de Miguel en este combate es Lucifer, el portador de luz. Lucifer es el ángel que más se parece a Dios. Es el ángel bello por excelencia, casi tan bello como Dios. Lucifer es celoso de la belleza de Dios, hasta el punto de rechazar, según una extendida Tradición, la Encarnación, que entiende como la aniquilación de tal belleza. Lucifer traiciona a Dios para salvar, contra Dios mismo, la pureza de la belleza de Dios. En su locura, Lucifer cree ser más bello que Dios. De aquí la importancia del grito de Miguel: ¿Quién es más bello que el bello?
En la tradición católica latina, conocemos tres arcángeles: Miguel, Gabriel y Rafael. Son tres, como los tres personajes en los que Abraham adora al único Dios bajo el encinar de Mambré. Parecen hombres pero la tradición ve en ellos a tres ángeles.
Tríada angélica.
Rublev ha interpretado iconográficamente esta página de la Biblia como una figuración de la Trinidad. Son tres ángeles que, personalmente, identifico naturalmente con Miguel, Gabriel y Rafael. Si Miguel es mensajero de Dios belleza, Dios como fantasía, como acontecimiento, Dios Espíritu Santo de la Trinidad cristiana; los otros dos deberían corresponder a las otras dos personas de la Trinidad. De hecho, Rafael - "Dios cura"- es el ángel que acompaña al joven Tobías en su búsqueda de un remedio para su padre, y corresponde a Dios que hace el bien. En el Antiguo Testamento, Gabriel - Dios fuerte- explica un sueño a Daniel, en el Evangelio anuncia a María el nacimiento de Jesús, dicta el Corán a Mahoma: es el ángel de lo verdadero, de Dios verdad. ¿No os parece verosímil mi "Ángel de lo bello"?
Pero, como DArtagnan, existe el cuarto de los "Tres" Mosqueteros , un cuarto arcángel Uriel completa la tríada de los arcángeles. Fue olvidado por la tradición latina durante un milenio - ¿Quién sabe por qué? en cambio, los ortodoxos no han cesado de representarlo en sus iconos. Su nombre significa fuego de Dios, y la tradición ve en él al ángel que le dice a Moisés desde la zarza ardiente: "Yo soy el que soy" Es el ángel de Dios Uno, de Dios Amor.
Contrariamente a otras lenguas, el italiano, para decir "amar", usualmente dice "volere bene" (querer lo bueno). ¿Sabéis cuánto se pierde? ¡El sesenta y seis por ciento del amor! Querer lo bueno es un tercio del amor; el treinta y tres por ciento. Para amar al cien por cien, se necesita el treinta y tres por ciento del querer lo bello y el treinta y tres por ciento del querer lo verdadero.
Amar no se limita a querer lo bueno, a hacer el bien. Es preciso también querer lo bello y lo verdadero. Se habla normalmente de actos de amor, pero en el sentido de querer el bien, de hacer el bien. Falta la dimensión de la verdad, es decir, de la curiosidad, de la ciencia y la dimensión de la belleza, del querer lo bello.
Un muchacho enamorado no busca tanto mostrarse más bueno sino más bello, para gustar a su chica. Se viste a la última moda, se peina con cuidado, escribe poesía, compone canciones, se atreve a llevarle una rosa, tal vez de color rosa.
Lo bueno, lo verdadero y lo bello no se pueden entender de forma separada, y mucho menos, puestos en oposición. Uriel nos lo recuerda. Están estrechamente soldados. Cada uno, de alguna manera, contiene a los otros dos. Lo bello no puede faltar a lo verdadero y a lo bueno sin afearse. Lo bueno no puede faltar a lo verdadero ni a lo bello sin convertirse en malo. Lo verdadero no puede faltar a lo bueno ni a lo bello sin mentir. Cada uno, llevada al máximo su cualidad propia en la incandescencia de Uriel -, coincide con los otros dos, sin confundirse con ellos.
Bello, demasiado bello.
La belleza, por tanto. Pero ¿Qué belleza? Se confunde a menudo y cada vez más la belleza con lo placentero. Es bello lo que gusta a primera vista, la primera vez que lo oímos. Es oro todo lo que reluce.
Volvamos a Lucifer. El ángel bello, el más bello, el que más se parece a Dios mismo, según se piensa. Todo luz. Hay una curiosa confidencia de Santa Teresa de Ávila, especialista por excelencia en visiones de Jesús. Un día Teresa tuvo una visión de Jesús, siempre la misma aparición, que le hablaba. En cambio, algo en esta visión, aquel día, no la convencía. Comprendió que bajo la apariencia de Jesús estaba el Maligno que trataba de engañarla. Teresa lo desenmascaró y lo echó fuera. Era Lucifer, el ángel tan bello como Dios, es más, que pretende ser más bello que Dios: demasiado bello para ser bello.
Existe una presunta belleza demasiado bella para ser bella. Es tan bella, tan perfecta, que juzga imperfecta la belleza misma. Una tradición, como ya he referido, muestra a Lucifer, ángel perfecto y consciente de la perfección de Dios, no queriendo aceptar la creación del hombre, es decir, que Dios se estropee encarnándose. Lucifer, tan amante de la belleza de Dios, no puede aceptar que Dios puro espíritu, pura belleza se contamine con nosotros, impuros, feos, carnales, sensuales, y lo traiciona creyendo ser más fiel a Dios que Dios mismo.
El Resucitado con los estigmas del Abandono.
Me viene a la mente una profunda experiencia mía como pintor. Hace seis años, tras pasar veinticuatro años en Bélgica como responsable del movimiento de los Focolares, estaba cansado y debía descansar. Un buen amigo me invitó a pasar un período de vacaciones en una ciudadela del movimiento en Croacia, ya independiente, pero todavía en guerra. La Mariápoli Faro estaba atestada de refugiados provenientes de todas las regiones de la antigua Yugoslavia. Había mucho sufrimiento y mucha solidaridad.
Mi amigo Ivan Bregant quería hacerme pintar. Yo no estaba en condiciones mentales favorables y, por la guerra, me faltaba el material. Encontré un viejo lienzo, sucio, roto y restos de pintura. Pinté.
Otro amigo, Bostian, sorprendido por mi trabajo, penso que debía estar por alguna parte el segundo lienzo de la pareja. Lo encontró, lo limpió y lo planchó y me lo dio para otra obra de arte. Estaba gastado, agujereado, andrajoso..., para tirarlo. Yo estaba desolado. ¿Qué hacer para no desilusionar a Bostian?
Miraba con angustia aquel despojo deshilachado, y me vino a la mente Jesús Abandonado. También Él estaba acribillado de heridas, acabado, consumido, gastado hasta la trama, también Él se deshilachaba. Consummatum est. Debía ser posible pintar precisamente sobre este lienzo tan mísero; deshilachado y gastado hasta la trama como estaba, así era también el rostro llagado de quien está en el centro de todos mis pensamientos, de mi vida, personaje que se presenta siempre cuando pinto y cuando escribo.
En cuclillas sobre el viejo lino extendido en el suelo, comencé a pintar. Era extenuante porque los pocos colores y disolventes que había podido reunir en el supermercado, vacío por la guerra, no se combinaban, haciendo el trabajo casi imposible. Sudaba sobre este sudario. El rostro ardiendo, los brazos cansados, las piernas paralizadas por calambres, verdadero icono del velo de la Verónica que pintaba. Sin hacer caso al sufrimiento, me obligué a mí mismo a completar la obra.
Sin descanso, durante horas, pinté frenéticamente el monumental rostro sanguinolento, feo, de un hombre del dolor, un hombre hecho a jirones, la frente agujereada por largas espinas negras, las mejillas tumefactas, la espalda lacerada por el látigo.
Pero, al finalizar la jornada, con estupor, me di cuenta que, por la elección de los colores que me había sido impuesta por la penuria, la tonalidad general de la tela no era de luto sino de felicidad. Sin darme cuenta, no había pintado al Abandonado, sino al Resucitado. Dos imágenes opuestas unificadas. El Resucitado, con los estigmas del abandono.
Hasta ahora, eran dos imágenes distintas, díptico contrastante: El Abandonado y el Resucitado. Había pintado y era la primera vez al Resucitado con los estigmas de la pasión y de la muerte.
Estaba asustado y feliz.
Mirando durante mucho tiempo aquella pintura que había hecho con mis manos, comprendí la experiencia estética de este siglo, como una profundización en la comprensión de lo que es en realidad la belleza, y por ello, de lo que es el arte.
La Belleza eterna se ha hecho hombre en Jesús. Ha vivido todos los acontecimientos de la vida humana; los más sublimes y los más banales, los más alegres y los más dolorosos, hasta el abandono, la muerte. Hasta la resurrección.
A veces, en el arte contemporáneo la belleza se reduce a un grito desarticulado, pero así se expresa de un modo total. Nos da su Espíritu.
Parece muerta, sepultada bajo la piedra de la fealdad. Pero al tercer día la tumba está vacía.
Alguien nos dice que ha resucitado y que nos espera.
Camina con nosotros. Nos habla. El corazón nos arde en el pecho. Se hace tarde. Se queda a cenar con nosotros; pero se nos abren los ojos en el momento en que desaparece. La belleza resucitada no aparece más: desaparece, se esconde en el anonimato de cualquier hombre, en lo banal, en lo cotidiano. El sol se pone, dando paso a la luna: María, reflejo de la belleza resucitada, siempre presente allí donde la belleza desaparece, para guiarnos a ella.
La belleza está en la orilla del lago, irreconocible. Unos ojos puros la intuyen y nos abren los ojos. Nos tiramos al agua y la belleza alimenta nuestra mente y nuestros sentidos, con pan cocido sobre la piedra caliente.
La belleza ha subido con nosotros a la montaña, se ha elevado sobre nuestros ojos y una nube la sustrae a nuestra mirada.
Como nos quedamos mirando al cielo mientras ella se va, oímos dos voces: "¿Por qué estáis mirando al cielo? Esta Belleza, que ha sido asumida por el cielo de entre vosotros, volverá un día del mismo modo en que la habéis visto subir". Y nosotros, por los caminos del mundo, recordamos sus palabras de despedida: Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de la edad presente.
Jesús es la belleza eterna encarnada, belleza que se esconde, hasta morir, para después resucitar. Esto nos dice mucho sobre la belleza, si es así, si es como creo. Jesús resucitado ha vivido la muerte; una muerte atroz, "fea". Así, la belleza resucitada que ahora está en Dios, no es una belleza fácil, no es placentera, no es kitsch; es una belleza que ha superado muchas pruebas, incluso la muerte. Comprendo el problema de Lucifer, tan celoso de la belleza de Dios, cuando ve la muerte de la belleza, la "fealdad" si queremos llamarla así asumida por Dios, divinizada en Jesús resucitado.
¿Qué puede significar todo esto en la práctica? Encontrar la belleza no es fácil. Es cierto, existe mucha presunta belleza que hace de todo para gustarnos, para engatusarnos. Está cada vez más presente, ha llenado el mercado, se ha convertido en producto de consumo, argumento de venta. Nunca ha habido tanta belleza a nuestro alrededor. Estamos inundados por esta belleza. Una de mis "cruzadas" va dirigida contra los pósters, no porque no sean bellos, sino justamente porque lo son, pero de manera engañosa, luciferina. La casi belleza es más peligrosa que la fealdad como la virtud hipócrita es peor que el vicio -, porque nos disuade de la búsqueda fatigosa de la verdadera belleza.
Un vídeo cassette es siempre y sólo una reproducción de una película, no es cine. Puedes ver todas las obras de arte del cine en la televisión y no hacer nunca la experiencia del cinematógrafo, no saber nada del lenguaje cinematográfico. Quien ama el gran cine, quien ha visto una verdadera obra de arte en un museo, quien ha asistido a un concierto en directo, conoce la diferencia. Quien no experimenta la auténtica belleza, se contenta inconsecuentemente con un sucedáneo que apenas parece inferior, pero esta diferencia, casi imperceptible, es la distancia entre Lucifer y Dios; el infinito.
Los colores de la Danza.
Os hablo del último de mis ángeles. Hay una exposición de la que se ha hablado mucho porque después de casi un siglo, un centenar de cuadros del museo de LErmitage de San Petesburgo, han salido de Rusia; todos bellos, especialmente algunos. Uno es una famosísima obra de arte de Matisse, "La Danza". Se pueden ver reproducciones de este cuadro en todos los libros de Matisse o de arte moderno. Os aconsejo que comparéis unas con otras; todas son distintas, es imposible hacerse una idea exacta. Pensaba que tendría que ir a San Petesburgo para ver "La Danza", pero ella ha venido a Roma.
La Danza no es un cuadro placentero, es más, objetivamente está muy mal pintado, como, en general, todos los cuadros de Matisse, especialmente los de aquel periodo. Visiblemente, Matisse no busca la perfección de la pintura "relamida" de algunos pintores clásicos, ni siquiera el refinamiento de los impresionistas. Es necesario no pararse en estos defectos, demasiados obvios para no ser una especie de manifiesto de una nueva estética. Creo que es necesario hacer un pequeño esfuerzo, porque sé por experiencia que las obras que me cuestan, que me son difíciles de entender, de amar, entran después en mi museo mental y forman parte de mí. Pienso que, como entre los seres humanos, puede darse primero un flechazo, pero eso no es amor; es el ángel del amor, la intuición del amor que vendrá, con el tiempo, superando muchos obstáculos. Así sucede también con las obras de arte: las más bellas son las que se dejan amar con más dificultad, o cuando menos, se gozan al principio por un motivo que después deja el puesto a razones mucho más profundas y duraderas.
La Danza es un cuadro grande: cuatro metros por tres, y por esto, más que mirarla desde fuera, es necesario penetrar en la tela, entrar en la danza, dejarse englobar por la imagen, comprender de ella más que tratar de entenderla.
La elección de los colores de Matisse me impresionó. Tomados de uno en uno, no son colores especialmente bellos: azul, verde, rojo claro, marrón y algo de negro; eso es todo. El cuadro es más bien oscuro, la luz nace de la intensa relación entre los colores. Sentí el deseo de recordar estos colores para mostrarlos a quien no tuviera la fortuna de visitar la exposición. Pasé por las tiendas de materiales para artistas y compré los cinco colores correspondientes. Hace dos semanas, pinté un primer cuadro con "los colores de la Danza".
Era un día aparentemente poco propicio. Estaba cansado y deprimido, sin la más mínima inspiración. Pintar era una especie de terapia, y lo único seguro era que usaría sólo los tubos de los colores de la Danza. Cogí una gran tela y comencé a pintar con el verde un medio círculo, alrededor lo llené de azul. Era como una especie de colina que me recordaba a antiguos cuadros míos: ¿Quizá estaba representando el Gólgota? ¿Pintaría una crucifixión? Pero no estaba convencido del todo. Algo me hizo girar la tela. Así el medio círculo verde me recordaba a otros cuadros míos en los que este medio círculo representaba al Padre o, si en los ojos ponía pequeños rostros en lugar de pupilas, La Trinidad. Usé el rojo para el dibujo, el azul para los ojos, el marrón para una especie de marco. Funcionaba. El cuadro era equilibrado, cautivador: pero ¿Por qué una Trinidad oscura, más terrestre que celestial? Mirando la imagen terminada, y tratando de entenderla, me venía a la mente cuanto decía antes, del escándalo de la encarnación que introduce en Dios el sufrimiento y la muerte. Comprendí que había pintado la crucifixión vista desde lo alto, desde la Trinidad. Había pintado una nueva imagen: La Trinidad triste.
Una imagen nueva supone una inspiración, un ángel. ¿Quién era el ángel de esta imagen? Los colores de La Danza. Durante dos o tres semanas pinté sólo con "los colores de la Danza", y todos estos cuadros tienen como título "Les couleurs de la Danse". Los cuadros no tienen nada en común con "La Danza" de Matisse a parte de los colores. Durante todo este tiempo, he tenido la impresión de vivir con Matisse.
Matisse era muy amigo de otro gran pintor: Pierre Bonnard. Sus cartas se han publicado. En la última carta a Bonnard, Matisse le confía: "Giotto es para mí el vértice de mis deseos, pero el camino que lleva hacia algo equivalente en nuestra época, es demasiado importante para una sola vida. Por lo tanto, las etapas son interesantes". ¿Qué tienen en común Giotto, pintor religioso por excelencia y Matisse, pintor exclusivamente profano antes de la Capilla de Vence? Si los colores de La Danza me han guiado hacia temas religiosos de una forma no pietista, ¿No será porque el cuadro mismo de Matisse, por la elección de los colores, supera la propia temática profana para alcanzar lo sagrado? Por otro lado Giotto, más que pintor religioso, ¿no debe ser definido como pintor sacro, él que antes y mejor que nadie, ha sabido incorporarar la verdad humana a las escenas bíblicas? Los colores de la Danza, a través de Matisse, me han guiado hasta Giotto, a quien he descubierto como un hermano o un padre, en mi familia estética.
Profetas de la Belleza.
Un seguidor de San Francisco, de Don Bosco, de Teresa de Ávila, de San Ignacio, se siente llamado a formar parte de su familia y participa en la palabra de vida expresada por Dios en estos santos. De manera análoga, estoy convencido de que puede existir un encuentro con todos los grandes hombres y mujeres del pasado, algo que continúa transformando el mundo, con sus mismas líneas, con sus mismos dones, con sus mismos carismas.
Es fácil reconocer estos hilos de oro que tejen la historia en las grandes corrientes espirituales, nacidas de los santos, que viven todavía en sus seguidores. Me duele que nosotros occidentales, reconozcamos la santidad y la saquemos a la luz casi exclusivamente como manifestaciones del Dios que quiere lo bueno; del Dios, por decirlo así, ético. Los modelos privilegiados hacen el bien, llevan hasta las últimas consecuencias la solidaridad con todos los sufrimientos y crean escuelas, hospitales, orfanatos. Es algo sacrosanto!.
Pero Dios belleza crea personas a su imagen y las llama, también Él, a llevar, quizá de forma heroica, hasta el martirio, la belleza del mundo (Dios verdad llama también a héroes de la verdad).
Mártires de lo bello.
Vuelvo a leer la historia del arte y estoy impresionado por estos héroes de la belleza que renuncian a lo bello conocido, para crear nuevas bellezas en las que ellos mismos casi no se atreven a creer. Picasso escondió "Las Señoritas de Avignon" durante casi un año. ¿Es posible que no pueda existir como para el bien, una santidad llamémosla así un heroísmo, un profetismo de lo bello, como creo que existe también para lo verdadero?
El ángel de lo bello corresponde a esta llamada, a esta fidelidad a si mismo, trascendiéndose. Antes he citado a Rublev, el pintor de la famosa Trinidad. Rublev es Santo en la Iglesia rusa, no porque haya sido un monje especialmente bueno, sino precisamente porque ha pintado la "Trinidad". Esta "Trinidad" era una imagen nueva, muy arriesgada, porque en la tradición oriental estaba prohibido representar a la Trinidad. El hecho de que haya sido proclamada por la Iglesia rusa "arquetípica", hacía santo al icono y, al mismo tiempo, santo al pintor.
Fra Angélico es beato, por tradición popular, confirmado oficialmente por la Iglesia. ¿Lo es por la belleza de su pintura o por la santidad de su vida conventual?. Ha comenzado en Cataluña el proceso de canonización de Gaudí, al parecer por ser un hombre de bien: sería curioso canonizar este bien, mientras que Gaudí es recordado por todos como un excepcional hombre de lo bello, él, arquitecto revolucionario e insigne creador de formas. Lo mismo valdría para el arquitecto Plecnik en Eslovenia, también él en olor de santidad.
Cuando hay un cuadro de Van Gogh, el museo entero que hasta entonces era gris, marrón, de repente se ilumina. Un cuadro suyo es como una ventana que deja entrar la luz del sol, no el físico sino el sublime. Los orientales dicen que los iconos son ventanas abiertas al Paraíso, que ponen directamente en contacto con la realidad del Paraíso. Si los cuadros de Van Gogh son iconos, ¿Quién es él?
Van Gogh es un mártir de lo bello. Perseguía una belleza que, durante muchos años, creía que no había alcanzado pero que le obligaba a una ascésis estética sobrehumana, soñaba un arte en comunión y permaneció sólo e incomprendido, hasta la desesperación y la muerte. No sé si se puede definir como santo, ¡pero sí como profeta!.
Tierra sembrada.
¿Qué nos distingue a los unos de los otros? ¿Dónde encontramos nuestra más profunda identidad? Nuestra singularidad se deriva de la redistribución casual de dos casi infinitos; los patrimonios genéticos de nuestros padres. Esto ya bastaría para hacernos únicos. Además Dios nos crea a su imagen y esto introduce otros tres infinitos: lo bello, lo bueno, lo verdadero.
Estadísticamente la distribución debe ser homogénea, con las infinitas variaciones de tres parámetros que se combinan. La singularidad más singular es ésta.
Espero que cada uno de nosotros tenga la fuerza de llegar hasta el fondo de si mismo, hasta el heroísmo de la belleza, hasta ser profeta de la belleza, y que la sociedad consiga reconocernos no como medio dioses o monstruos igualmente deshumanos sino como hombres que han llegado hasta el fondo de lo que tenían dentro, a lo que era su verdadero destino, su verdadera identidad. Hombres que habitan la tierra para que la tierra sea como el cielo, sembrada por una belleza no engañosa, no Luciferina; la belleza que muestra el ángel de lo bello, la belleza que se encarna, que quizá desaparece, que muere, pero que, desde dentro, fecunda al mundo.
Michel Pochet
Traduzione Betty Marchetti e Celia Fernandez Bordas