Inundar el mundo de “Belleza”
Por amor al arte
El
desafío de la experiencia artística construida sobre la base de una
espiritualidad arraigada en Dios Amor.
Individualistas
y sensibles
Un amigo me advirtió que era un ambiente difícil. De hecho, generalmente los músicos
somos individualistas, sensibles, y nos movemos en un ámbito muy competitivo.
Desde que empecé sentí que sería un desafío. Me costó lograr el respeto de
mis compañeros y encontrar mi lugar. Ya van seis años que trabajo en una
orquesta, soy oboísta.
Un día, durante un ensayo, veo que a un compañero, un señor mayor, le
sangraba la nariz. Pero el ensayo continuaba como si nada. Decidí guardar mi
oboe para atenderlo y lo acompañé al médico y esperé hasta que llegara
alguno de su familia. Me agradeció y desde ese día se generó otra relación.
Nació un respeto nuevo. Por cuestiones legales injustas, la mitad de los músicos
de la orquesta cobra casi una tercera parte de lo que recibe que el resto. Yo
estoy entre los que trabajando igual, cobramos mucho menos. Esto genera un clima
de tensión que trato de superar. Hace unas semanas noté que a una compañera
le gustaba mucho un pañuelo con el que cubro mi oboe. Pensé: “ella gana bien,
y yo uso este pañuelo porque no puedo comprarme un buen estuche...”. En el
concierto noté que ella estaba mal, terminamos de tocar y me contó que estaba
cansada, triste. En ese momento se fueron todos mis prejuicios y le ofrecí como
regalo mi pañuelo. Me agradeció mucho, y me dijo que le había cambiado el ánimo.
A pesar de que hacía seis años que tocábamos juntas y aún más que compartíamos
el estudio se estableció una
relación nueva, sólo por un acto de amor.
Vuelvo a pensar en lo que me decía éste amigo sobre las dificultades. También
en otra amiga violinista con quien comparto las ganas de transformar este
ambiente. Cada día es único cuando descubro que no todo es llegar y
simplemente tocar mi instrumento sino que puedo construir un arte para lograr
llenar al mundo de “Belleza”.
Susana Venditti (Mendoza)
¿Qué podría decir de mi trabajo
en plástica? Que cada trabajo es una búsqueda. Es el deseo de hacer visible a
través de color, forma, texturas, contrastes y armonías, mezclas... líneas
manchas y de cualquier otro recurso, aquello que está dentro de mí. Y lo que más
profundamente está dentro de mí es Dios Amor que un día descubrí y se
convirtió en el centro de mi vida.
Muchas veces me pregunto, mirando a mi alrededor y hasta en mis propios límites,
si es posible transmitir a quien mira, aunque sea por un instante, una obra de
arte, algo tan espiritual. Después de todo sólo se trata de una simple pintura.
Pero la realidad y muchas pequeñas experiencias también me dicen que sí, que
se produce a veces ese “diálogo”. En ocasiones, ante impresiones de quienes
se han sentido “elevados” por un instante de contacto con la belleza durante
una muestra, en el taller, o por quien busca y desea llevar el cuadro a su casa,
me vuelve la seguridad de que es posible, que el arte es una ventana del alma.
Creo que de eso se trata: de reflejar el esfuerzo cotidiano del amor. No tanto
de “pintar bien”, ni de hacer una gran obra.
Concretamente, siento que pintar de manera figurativa tiene sentido siempre que
se plasme en la “esencialidad” de la figura, no en la simple forma o
apariencia. El color y la forma, que para mí van juntos, son el medio de
plasmar esa esencia... Así me descubro dentro de un “realismo expresionista”,
porque para mí el realismo justamente no es la apariencia, sino la esencia.
Descubro que en estos casos quiero expresar al ser humano tanto en la plenitud,
como en la realidad indiscutible del dolor, una parte no renunciable de nuestra
existencia.
Cuando el tema son realidades dolorosas, nunca la intención es “lamentar”,
ni conmover. Sólo tocar en el alma de quien mira esa cuerda que hace descubrir
también allí la belleza... o el amor de Dios. Belleza que tiene justamente allí
su raíz.
Y cuando la pintura no se encuadra tanto en lo claramente evidente sino que se
hace más abstracta, saco de mi alma ese sentir, esa búsqueda, ese diálogo
interior con esa “voz dentro” que trato de escuchar, y no sólo cuando
pinto, sino en cada momento del día.
Creo que en definitiva se trata de centrar mi arte en la misma coherencia con
que trato de vivir mi elección de Dios en lo cotidiano, recomenzando siempre.
Con el mismo empeño en que trato de construir un mundo mejor, más unido, más
bello, en las tareas más comunes, en mi casa, con mi familia, con mis cuatro
hijos, en mi entorno. También reconociéndolo como un compromiso social, un
testimonio.
La idea de que el arte tenga algo que ver con la santidad me parecería no tener
mucho sentido, es una idea que me inquieta, y desconcierta... como me
desconcierta tantas veces el arte o algunas expresiones artísticas que parecerían
huir de la belleza, o más bien parecen desafiarla. Pero también se constata
que siempre algo dejan, aún en ese caso, cuando se expresa la fealdad o la
desarmonía: dejan un paso por el dolor. Sobre todo cuando tengo la posibilidad
de hacer un arte “en comunión”, que puede enriquecerse en la confrontación
con otro artista o con otra persona que “ama” el arte y lo siente, que puedo
morir a la soledad que implica un trabajo tan personal para modificarlo,
encaminarlo, enriquecerlo en la relación de amor recíproco.
Carla Llobeta (Rosario)
¿Para
qué tanto esfuerzo?
Soy cantante, aunque cuando me preguntan mi oficio, no sé si
decir docente o ama de casa. No es que no esté orgullosa de cantar, sino que
las otras cosas también ocupan gran parte de mi tiempo.
Mentiría si dijera que esto no me importa. Siento muchas veces la sensación de
estar haciendo las cosas a medias, y para un trabajador del arte (prefiero
llamarme así ya que artista es una palabra muy grande), la mediocridad es un
fantasma que siempre nos asusta.
Después de varios años estudiando canto, buscando una perfección que me
quitaba la libertad de expresarme, logro injertarme nuevamente en el mundo de la
música. Ya no con el lenguaje que había aprendido en la facultad, sino con el
canto popular, más específicamente con el folclore que tiene más que ver con
aquello que siempre se escuchaba en casa.
Comienzo junto con dos grandes músicos a preparar un repertorio para
presentarnos en algunos sitios de mi ciudad. La experiencia es maravillosa:
vuelvo a disfrutar el poder cantar y hacer música. Luego de un tiempo surge la
posibilidad de grabar un disco.
Mi marido me entusiasma y concretamente me ayuda. Fueron casi dos años de un
trabajo lento, con obstáculos, donde muchas veces se desdibujaban los objetivos.
La tentación de pensar ¿a quién le interesará tener un disco mío?, ¿para
qué tanto esfuerzo?
Sin escuchar demasiado estas voces internas, alentada por mi familia y con el
apoyo de un pequeño grupo de artistas que intentábamos vivir nuestra vocación
a la luz de la unidad, el disco se terminó.
Era el tiempo de presentar este nuevo hijo en la sociedad. Las posibilidades
eran un lugar pequeño o un teatro que nos brindaba buen sonido, luces, todo lo
necesario. Nos jugamos por el teatro, claro que había que llenarlo.
En un momento pensé que esto me superaba, me veía como una simple cantante sin
representante artístico, sin saber cómo pagarles a los músicos, el costo del
teatro. ¿De dónde sacaría el dinero si la función no iba bien? Había que
hacer difusión, llevar gacetillas a los medios, publicitar algo que
profundamente no sabía si resultaría.
Sólo tenía algo claro, Dios me había dado este talento y más allá de mis
razonamientos lo tenía que donar. De nada valía dejarlo dentro de mí, cantar
era la forma que yo tenía de dar algo a los demás.
Invitamos amigos, parientes, vecinos. Mis hijos no dejaban oportunidad para
vender entradas. Visitamos las radios y canales de televisión, hicimos afiches,
mis amigas se encargaron del escenario. Mi hermana que vive en otra provincia
llegó ese mismo día con un vestido hermoso, ya que con las corridas entre la
preparación y los ensayos no había pensado en esos detalles.
Para sorpresa de todos (aún de los dueños) el teatro estaba lleno, todo salió
perfecto. Lo disfruté como una gran fiesta fruto de una experiencia hecha con
todos aquellos que se jugaron conmigo.
Cantar en esa sala fue hermoso, pero lo que Jesús había hecho esa noche superó
aún lo artístico. “Hacía mucho que no escuchaba a alguien que realmente
hablara desde el corazón”, me dijo una colega.
Un crítico de arte que a los pocos días me invitó a su programa decía:
“Estaba muy mal, fui al espectáculo sin ganas. Pero esa noche fue mágica,
salí renovado del teatro”.
Después de vivir esta experiencia me quedó la convicción de que esa
“magia” no sólo es producto de una hermosa voz, de grandes músicos que
acompañaban, sino también “del artista” que conduce nuestras vidas.
Alejandra Bermejillo (Mendoza)
Nº
426 - Septiembre de 2002