Argentina
Sobre
arte y espiritualidad
por José María Poirier
Con
una lógica más impresionista que discursiva, propia de quien se dedica a los
menesteres del arte, nuestro entrevistado hilvana recuerdos, reflexiones e
intuiciones a partir de una concepción de la belleza que no puede distinguirse
del misterio de la muerte y resurrección de Jesús.
Michel Pochet es un
arquitecto francés que se dedica a la pintura y a la literatura. Nació hace 62
años en la Costa Azul, pasó su infancia en la isla de Córcega y estudió
luego en París. Durante 24 años fue co-responsable del Movimiento de los
focolares en Bélgica. Actualmente reside en Roma donde, junto con la bailarina
y coreógrafa Liliana Cosi, coordina a nivel internacional las múltiples
actividades que en el campo del arte interesan a miembros y adherentes del
Movimiento.
Con ocasión de su primera visita a la Argentina, donde se realizó un congreso
del “Mundo del Arte”, hablamos con él en un café del centro de Buenos
Aires. La conversación pasó de viejos recuerdos a impresiones actuales, sobre
todo de su periplo por el país: Neuquén, Mendoza, Santa Fe, Tucumán, Salta,
Catamarca...
Experiencia
de Dios y de la belleza
Michel desde siempre se sintió atraído por el arte. En efecto, se dedica a la
pintura desde los 13 años. Entre sus más remotos recuerdos, hay uno que él
califica como su “primera experiencia de la belleza y de Dios”. Estaba con
su familia en Córcega durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Una noche
deben abandonar la casa y correr hasta una trinchera fuera de la ciudad durante
un bombardeo aéreo.
“Veíamos nuestra casa en llamas, toda la familia rezaba, era una noche
bellísima, yo miraba las explosiones como quien contempla fuegos artificiales.
Tenía 3 años. Estaba con mamá, papá y mis hermanos. Yo era el más chico”.
A medida que crece, dos convicciones se tornan más insistentes: la vocación
artística y la religiosa. “Casi me animaría a hablar de un llamado al arte y
a la santidad, o al arte como santidad”.
El descubrimiento de ciertas obras y autores le confirma que pertenece a esa
misteriosa familia universal de los artistas. A los 7 años lo fascina una
escultura de Émile-Antoine Bourdelle (1861-1929), discípulo y colaborador de
Rodin. Autor, además, del monumento ecuestre del general Alvear que está en
Buenos Aires.
Entre los grandes pintores y escultores que lo marcarán para siempre: el Beato
Angélico, Miguel Angel, los escultores griegos de la antigüedad, Georges de la
Tour.
“Un encuentro muy fuerte fue Andrei Rubliov, el artista ruso autor del icono
de la Trinidad. Creo que uno sólo puede comprender su propio trabajo en
diálogo con las obras de grandes artistas”.
Cita luego a Maurice Denis (1870-1943) por su conciente visión moderna
artístico religiosa, a Van Gogh, a Cézanne, a Matisse (“a quien siento como
el más cercano en la pintura moderna: hay en él algo profano y sacro a un
tiempo”). Y aclara enseguida que no habla de pintura religiosa sino sacra.
La sacralidad, para Michel Pochet, expresa una experiencia de Dios y no un mero
motivo religioso. Muchos paisajes para él son sacros porque muestran las
huellas del paso de Dios. Y continúa: “Hay obras sacras y lugares sacros,
como las cataratas del Iguazú que conocí y donde el hombre está obligado al
silencio”.
En poesía recuerda con particular interés a Arthur Rimbaud y a Charles
Baudelaire.
Atraído
por la unidad
Le recuerdo un excelente ensayo sobre Picasso que escribió a la muerte del gran
artista español. “Admiré siempre a Picasso –reflexiona– pero no me es
cercano en la sensibilidad. Lo admiro como a un gigante, como admiro la
espiritualidad de Ignacio de Loyola o de Teresa de Avila, pero no me siento
particularmente atraído por ellas”.
¿Y por quién se siente más atraído Michel Pochet?
“Por San Francisco o Charles de Foucauld”, contesta.
Fue decisivo en su vida el encuentro en París con algunas personas que le
hablaron de la espiritualidad de Chiara Lubich. Cursaba en ese tiempo los
estudios universitarios y no encontraba una fácil resolución al conflicto
interior entre la experiencia de Dios y la experiencia de la belleza.
“Era un creyente en crisis, con dudas crecientes, hasta llegué a pensar en la
necesidad de crear un grupo religioso que optara por el camino del arte”.
Cuando oye hablar de la unidad advierte una profunda intuición interior: esto
puede ser lo que buscas. Pero Michel quería verificar críticamente la
hipótesis que esa impresión le sugería. Así comienza su vida en el focolar.
Una
estética por inventar
Para él no había otra posibilidad
de encontrarse con Dios sino a través de la belleza.
“Pero cuando hablo de belleza –aclara– me refiero a la belleza encarnada,
a Jesús, no desde una perspectiva religioso ritualista o clerical, sino de ese
Jesús que escandaliza porque vive la experiencia humana hasta la muerte. La
muerte de la belleza es lo feo, la pérdida del Padre es el ateísmo. En la
belleza del Resucitado todo está presente en otra dimensión”.
Michel observa el arte contemporáneo en esta clave de muerte y resurrección:
“Baudelaire y las flores que nacen del mal”. Para él: “el arte del
Resucitado no se expresa en un Sagrado Corazón sonriente, dulce y afectado”.
En realidad, lo apasiona una estética por inventar: la de Jesús resucitado que
habiendo sido crucificado rescata lo feo, la muerte, lo incomprensible.
Por otra parte, rechaza de plano al arte como objeto de consumo o belleza de
mercado. “El arte no es eso. El arte es gratuidad, aparentemente inútil, pero
sin él la persona humana no alcanza a ser tal”.
Ciudad
nueva
Nº
426 - Septiembre de 2002
O'Higgins
Congresso d'artisti a O'Higgins